Como en otros casos, el culto de Santa Martina gana fuerza al revés, o
sea, a partir del descubrimiento de su sepultura junto a las de Santos
Concordio y Epifanio (30 de enero), en 1624, en las excavaciones de la
vieja iglesia romana que le había sido dedicada a la santa, por el papa
Honorio I.
El papa Urbano VIII, que restauró las más conocidas basílicas
romanas, muy preocupado por la renovación espiritual y material de la
Iglesia trasladó su cuerpo, colocando la cabeza en un relicario aparte, y
embelleció la iglesia. También propuso a los romanos y toda la Iglesia
la devoción a Santa Martina, fijando la celebración el 30 de enero.
Él
mismo compuso el elogio con el himno: “Martinae celebri", una clara
invitación a honrar a la santa por su testimonio. La memoria litúrgica
pasó a toda la Iglesia hasta la reforma litúrgica de 1969.
Pero la cosa es un poco más antigua, afortunadamente.
Las noticias
más tempranas (sin dejar de ser tardías) son del siglo VI, cuando el
Papa Honorio I le dedicó una iglesia en Roma (lo cual habla de un culto
previo, aunque fuera limitado);
y que en el siglo VIII ya se celebraba
su fiesta en toda Roma, pero nada más. Debido a esta escasez de
noticias, se recurrió a copiar de otras "passio" de santos, escribiendo
una historia totalmente legendaria que, en resumen dice que Martina era
una diaconisa, hija de un noble romano.
Al quedar huérfana dejó todos
sus bienes a los pobres para dedicarse a la oración y la caridad. Debido
a esto, que la señaló como cristiana, fue arrestada en tiempos de
Alejandro Severo (222-235). Aquí la "passio" se entretiene en contarnos
detalles, como que la llevaron al templo de Apolo donde Martina se negó a
sacrificar al dios, mientras que para probar la veracidad de su fe,
destruye el templo y la estatua de Apolo (esto le ha valido el patronato
contra los terremotos y los derrumbes, y por extensión sobre los
mineros, siempre expuestos a los últimos).
Luego se siguen una cantidad de tormentos típicos en las leyendas de
santos: Un día es sometida a golpes, azotes, aceite hirviendo en las
heridas. Al otro día es llevada al templo de Diana, que se incendia
mediente un rayo, lo cual le ha valido el ptronato contra las tormentas y
rayos. Atormentada de nuevo con peines de hierro en el potro, es dejada
por muerta, pero sobrevive y es arrojada a los leones, que no la
atacan, sino que lamen sus heridas. Ante esto es llevada a la hoguera,
que se vuelve contra sus ejecutores.
Al final morirá decapitada (quizás
sea el único martirio al que realmente fue sometida) en el 235.
De todo esto hay que quedarse con lo único que se sabe: El cuerpo de
una mártir llamada Martina fue hallado en su tumba y puesto en
veneración, como tantos otros.